Sí, una parte de mí odia a mi padre todos los días.
Cuando era niño, lo odiaba por pagarle a mi madre $ 10 al mes en manutención de niños cuando estaba plenamente consciente de que era legalmente ciega y, por lo tanto, solo tenía derecho a un pequeño beneficio de SSI que no podía complementar con un ingreso laboral real. Lo odiaba por hacerme sentir que diez dólares al mes lo estaban frenando y era mi culpa.
Lo odiaba por poner siempre sus propios intereses por encima de las necesidades de su nueva familia, de mí o de mi madre. Lo odié por los golpes viciosos que le dio a mi madre en el tribunal en un intento de obtener la custodia de mí. No porque quisiera pasar tiempo conmigo o tenerme en su vida, sino porque ella tendría que pagarle la manutención de los hijos.
Lo odié cuando lo vi llorar por primera y única vez en mis 28 años de vida. Porque sus cortadoras de césped estaban destrozadas por un árbol que caía.
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Lo odié por dejar que la casa en la que vivía su familia cayera en mal estado. El porche trasero se derrumbaba sobre sí mismo, el techo de la sala de estar goteaba agua cada vez que llovía, y todas las promesas que hizo cuando se mudaron allí se dejaron vacías.
Lo odié por mudarse a casa de su madre para cuidarla cuando se descubrió que tenía alzheimer. No porque lo que estaba haciendo no era noble, sino porque lo hizo por razones innobles. Mi madrastra descubrió un año más tarde que el día en que se mudó fue la última vez que hizo un pago de la casa, a pesar de decirle todos los meses que estaba haciendo los pagos. Ahora vive con uno de sus hijos porque la casa fue embargada por ella.
Lo odio por mudar a otra mujer a la de su madre a pesar de que todavía estaba cumpliendo con algunos de sus deberes para su esposa. Lo odio aún más por no tener las bolas para decírselo, finalmente tuve que hacerlo seis meses después de que esta mujer se mudara.
Lo odio por echarme a mí ya mi novia embarazada fuera de su casa, todo porque a su apretón en ese momento no nos gustó ni nos respetó.
Lo odio por poder entrar en una habitación con sus nietos y ni siquiera reconocer su existencia, a pesar de que sabe que él es, literalmente, el único padre que tienen o tendrán alguna vez.
Más que nada, lo odio por hacerme pensar que estas tendencias egoístas están bien, algo que acabo de aprender no lo son y están luchando para cambiar conmigo mismo.
Sin embargo, a pesar de todo este odio, él es mi padre, y lo amo porque es el único que tendré.