Cada caso de sanciones es diferente. Como argumenté en mi libro “La curva J” hace unos años, las sanciones no crearán muchos cambios en Corea del Norte, porque su gobierno depende de la voluntad occidental de aislar a ese país para mantener a su gente en la oscuridad. A Irán no le importa el aislamiento político, pero el impacto económico de las sanciones amenaza, más que protege, al régimen con el tiempo. Es por eso que han ido tan lejos por el camino hacia un acuerdo nuclear. Rusia es un caso completamente diferente, porque es demasiado grande e importante para que el sistema global lo aísle de la manera en que el apartheid de Sudáfrica, Cuba, Corea del Norte e Irán podrían estar aislados. Y pueden ser contraproducentes en Rusia porque le permiten a Putin culpar a Occidente, en lugar de a su propia mala gestión económica y al fracaso en diversificar la economía rusa de la profunda dependencia de los ingresos en las exportaciones de energía, por las dificultades económicas de Rusia. Los índices de aprobación de Putin se desplomaron en 2012-2013. La sensación de que Rusia está enfrentando la agresión de los grandes malvados estadounidenses, por tonta que nos parezca, es directamente responsable de su ahora alta popularidad.
El otro problema con las sanciones es práctico. Quienes les imponen la esperanza de que las dificultades lleven a la gente del país X, particularmente a la élite adinerada, a levantarse enojados contra sus líderes y forzar el cambio. En realidad, las sanciones a menudo dejan a los líderes empresariales que dependen mucho más de los líderes políticos de su país para proporcionarles escaso capital y proteger sus intereses en tiempos difíciles. En otras palabras, las sanciones pueden conducir a personas poderosas hacia su gobierno en lugar de alejarse de él. Agregue otro capítulo a la enciclopedia de consecuencias involuntarias de la política exterior.
En cuanto a la moralidad de las sanciones, diría que ciertamente ayuda a las naciones occidentales cuando pueden dirigirse a los líderes en lugar de a los ciudadanos comunes. Nadie debe estar orgulloso de imponer sufrimiento a quienes no tienen control sobre la política. Sin embargo, no nos permitamos creer que es virtuoso no hacer nada cuando un gobierno viola las normas internacionales acordadas en formas que dañan a los ciudadanos de otros países o a los suyos. No hay opciones fáciles aquí.
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