Mi nieta tenía cinco años y luchaba con las clases de natación. Ella sabía nadar y, sin embargo, algo sobre la clase que estaba tomando la había bloqueado. En casa, ella era un pez en el agua, pero según su madre, durante la semana de clases, lloraba por todo e incluso (totalmente fuera de lugar) le gritó a la maestra el día anterior.
Mi hija me pidió que fuera al último día: la ceremonia de graduación donde los padres podían ver. En el camino, hablé de la situación con mi nieta y le dije “puedes hacer esto”.
La primera parte del tiempo de la piscina, ella está vacilante y frenando. Ella me mira y le doy un pulgar hacia arriba. Ella se transformó. Superó sus miedos y al final de esa hora saltó del trampolín.
Su hermano pequeño, 3 en ese momento, su espejo, la siguió en cada ejercicio y también saltó.
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Ambos niños sorprendieron a los profesores de natación y a su madre.
Mi hija hizo que la nieta se disculpe por el brusco arranque del día anterior. La maestra la aceptó y la elogió por su desempeño.
En el auto que iba a casa, mi hija me preguntó qué la había hecho tan bien y mi nieta dijo: “Nana me dijo que podía hacerlo”.
A veces ayuda un poco de ánimo y fe. Ella tenía la habilidad; ella había perdido su creencia. No estoy seguro de que funcione al revés.