En algunos países apenas ves pobreza, en otros te acostumbras a verla en todas partes.
Una vez visité una ciudad en Venezuela, alojándome en un hotel cerca de la playa.
Al cruzar la calle todos los días, noté a un hombre sin hogar que siempre gritaba y se veía desconcertado.
Mi amigo local me dijo que el hombre estaba ‘loco’ y que la gente parecía evitarlo.
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Incluyéndome a mí. En ese momento vivía en el centro de Ámsterdam y estaba acostumbrada a muchas cosas.
Durante mi estadía en el hotel, dos caballeros de mi país vinieron a quedarse allí también, así que naturalmente tendríamos una conversación durante el desayuno.
Uno de los hombres tenía unos cuarenta años, trabajaba como granjero y no tenía mucha experiencia en vacaciones. Su amigo de unos cincuenta años fue un exitoso contratista en casa.
Un par de días después los volví a encontrar.
Con el hombre gritando. Excepto que ya no estaba gritando y que ya no se veía tan mal.
Estos chicos realmente le preguntaron cuál era su problema.
En inglés. Que la mayoría de la gente no habla en absoluto allí.
Resultó que el que gritaba había sido profesor de inglés.
Fue capaz de explicar que después de un desordenado divorcio se había quedado sin hogar, robado, mordido por insectos, y que acababa de perderlo.
Lo alimentaron, le dieron ropa nueva, lentes de sol, zapatos y lo instalaron en una habitación en algún lugar.
Después de eso, se convirtió en su guía diario y, mientras no bebiera demasiado, era una compañía agradable y un hombre bastante inteligente.
Gracias a estos muchachos él esperaba cambiar su vida.
Espero que él haya podido hacerlo.