Es una función de lo inteligente que se siente el pontificante acerca de las personas a las que se dirige.
Alguien que pontifica quiere atención para alimentar su ego.
No sienten que las personas que los rodean (aquellos a quienes se dirigen) son lo suficientemente inteligentes como para entender que también es una función de la arrogancia y el ego.
Además, tienen un temor generalizado de que se demuestre que están equivocados, por lo que brindan suficientes detalles para eliminar todos los argumentos porque no son buenos en el conflicto.
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Potencialmente poseedor de más verbosidad y perspicacia con respecto al habla hablada (o escrita), presentan esta cualidad como una prueba “definitiva” de la autenticidad de su posición.
¡Perdón por la excesiva pontificación!