A la altura de la ocasión. Nunca estuve calificado para ningún trabajo, pero estudié, hice preguntas, pasé un tiempo en el cobertizo, pedí ayuda, delegé y el éxito me siguió a todas partes. Cada vez que aprendí, crecí y superé la posición.
Tomé un trabajo en una iglesia donde teníamos tres servicios a la semana y después de estar allí durante quince años, crecimos a cinco servicios a la semana. El pastor me dio crédito por ese crecimiento pero, no fui yo, fueron mis habilidades de delegación. Después de que me fui, cayeron en picado a dos servicios por semana y, una vez más, no fue por mi culpa. Fue porque la persona que tomó mi trabajo no estaba calificada y dejó que muchos programas desaparecieran. Otros programas fueron reclutados por laicos que no sabían lo que estaban haciendo o que moldeaban los programas a su propia imagen, lo que es una receta infalible para el fracaso.