Como padre que toma en serio la crianza de los hijos, encuentro la espiritualidad menos relevante que nunca. Cuando era un joven despreocupado, disfrutaba explorando diferentes ideas y sistemas de creencias, y podía encontrar interés y belleza incluso en los más extraños. Pero ahora tengo un hijo, soy mucho menos paciente con las ideologías abstractas y las cuestiones filosóficas en general, incluidas las cuestiones espirituales. Ser un padre decente es mi principal prioridad, y eso requiere pragmatismo, sensibilidad emocional y flexibilidad, no espiritualidad.
Siento una indignación creciente hacia los padres que adoctrinan a sus hijos en sistemas de creencias específicos. Soy más consciente de la facilidad con que se pueden manipular las mentes jóvenes, y me parece bastante desagradable que las personas sientan que está bien encaminarlas hacia un camino que tal vez nunca puedan cuestionar.