No tener ningún apego a las posesiones materiales no es en absoluto saludable. Podría decirse que es la forma más saludable de indulgencia con las posesiones materiales.
La vida por definición nos obliga a experimentar, actuar y reaccionar. El metabolismo, el crecimiento, la reproducción, la adaptación y otros criterios fundamentales de la vida, nos obligan a realizar acciones e interactuar con nuestro entorno. Nuestra capacidad de disfrutar y experimentar es lo que nos hace vivos y humanos. Si disfrutar de un delicioso filete te da placer y te sacia, no hay nada intrínsecamente insalubre. Encontrar placer y felicidad en cada momento de vigilia es posiblemente la mejor manera de vivir la vida. Sin embargo, en el momento en que te apegas al bistec, se siembran las semillas de todos tus problemas. Tienes miedo de no poder comer un bistec en tu próxima comida. Estás molesto cuando no lo entiendes por alguna razón. Te vuelves celoso de los demás que tienen acceso a un bistec mejor que tú. Te sientes miserable en cualquier comida sin bistec. La ira, el miedo, la codicia, los celos, etc. se apoderan de la experiencia de disfrute y saciedad que derivó de la carne. Tu felicidad ahora depende de la probabilidad de que continúes saciado el deseo material (o la posesión de la entidad material).
La semilla de esta dependencia no estaba en la entidad material o en su deseo de la misma, sino en el apego que desarrolló para ella. Con el tiempo, esta obsesión y preocupación por asegurar la continuidad de esta posesión material afecta de manera negativa y significativa a su capacidad para disfrutarla (que era su objetivo inicial para comenzar). Por lo tanto, el apego es como un virus que te come desde adentro (sin que te des cuenta) y algo contra lo que uno debe desarrollar un buen sistema inmunológico.
Las experiencias y acciones más satisfactorias en la vida son aquellas que se experimentan sin ningún sentido de apego. Ni con los resultados de las acciones, ni con los otros participantes en la experiencia (por ejemplo, en el amor, las relaciones, etc.). En las escuelas orientales, la hoja de loto se usa como metáfora para enfatizar este concepto. Del mismo modo que una hoja de loto, aunque permanece en el agua, no se moja, del mismo modo, debemos complacernos en el mundo material y, sin embargo, no estar apegados a él.
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